Y Jehová dijo a Caín: Donde esta Abel tu hermano?
Y él respondió. No sé, ¿Soy yo guarda de mi hermano?
Y él le dijo:
¿Qué has hecho?
La voz de la sangre de tu hermano me clama a mí desde la tierra.
¿Qué has hecho?
La voz de la sangre de tu hermano me clama a mí desde la tierra.
Génesis 4:9 y 10
Haití y Dios.
El juicio.
El 16 de enero de 1918 en Moscú, un chabacano tribunal popular presidido por el comisario de Instrucción Pública Anatoly Lunacharsky juzgó a Dios por sus crímenes contra la humanidad.
La imputación principal contra el Todopoderoso fue la de genocidio. El juicio se prolongó durante cinco horas y en él se colocó una Biblia en el banquillo de los acusados. Los fiscales presentaron pruebas de culpabilidad basadas en testimonios históricos y los defensores designados por el Estado Soviético aportaron argumentos en favor de la inocencia de Dios.
Finalmente, un tribunal popular declaró a Dios culpable de los delitos por los que había sido juzgado y el presidente del Tribunal leyó la sentencia. Dios fue condenado a morir fusilado a las 6:30 horas del 17 de enero de 1918. La sentencia fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento que disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú.
Este folklórico episodio de nuestros simpáticos camaradas, debió obedecer sin dunda a una copiosa ingesta de vodka.
Los seguidores de Boston Legal y las andanzas del Ingenioso Hidalgo Don Danny Crane, recuerdan sin vacilar aquel episodio en que una mujer entró al despacho, gritando voz en cuello la necesidad urgente de demandar a Dios por la muerte de su esposo fulminado por un rayo. En aquella ocasión descubrimos innecesario enderezar tal acción, pues la muerte de su cónyuge obedeció al uso del teléfono celular en un campo abierto durante un chubasco.
La tragedia en el Caribe resulta un evento similar, donde culpar ramplonamente al cielo, implica ignorar el abandono en que el orden mundial ha situado a los más débiles.
El capitalismo ha provocado un empobrecimiento no sólo relativo, sino real del Tercer y cuarto Mundo (El cuarto mundo se refiere a los países en estado de marginalidad y precariedad absoluta de los países en desarrollo y los emergentes como Zambia, Costa de Marfil, Haití, Guinea, Sudán, Etiopía, entre otros).
Los problemas económicos y sociales de estas sociedades quedarán sin solución si continúan localizándose dentro del cuadro del capitalismo mundial, pues las causas de la pobreza son otras. Existen estructuras económicas que impiden el progreso y que perpetúan actitudes empobrecedoras. Si no las identificamos y las corregimos, difícilmente podremos crear prosperidad, sin importar cuánto tiempo, recursos, dinero, preocupación, lamentos o sermones dediquemos a la solución de la pobreza.
El acento está puesto sobre la lógica fundamental del sistema y no sólo sobre los efectos aleatorios de la naturaleza, que ha estado ahí por siempre y no solo en los eventos de desgracia. La solución se sitúa en un cambio de lógica. Comprender a la Tierra como una gran familia, donde los hermanos poderosos deben cuidar de los débiles, para evitar el bochorno de enviar tardíamente escuadrones de rescate a levantar en toneladas los escombros y cadáveres de las ciudades en ruinas. No fue Dios quien vapuleo aquella miserable isla, fue el olvido de quienes pudieron tender una mano al país más pobre de América y generar construcciones más seguras, y alertas sísmicas. Lastimosamente hoy, igual que en el Génesis, la sangre del hermano clama a Dios desde la tierra.
Así concluyo.
Joel Hernandez.
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