In Memoriam.
Siempre he contado cómo fue que ingrese por accidente a la Facultad de Derecho. Toda mi vida me imagine periodista o escritor. Atraído por las oficinas de las redacciones de los periódicos, seducido por los escritorios atiborrados de notas, recortes, libros, apuntes. Lector asiduo y reiterativo del Confieso que he vivido, de Neruda, me imaginaba en las andanzas del chileno, o como un emulo de Carlos Monsiváis, en mi casona del Centro Histórico, rodeado de libreros desbordados en hileras dobles de innumerables tomos. San Luis Potosí, no contaba con ninguna de las carreras, por exclusión, accidentalmente y sin saber de qué se trataba me inicie en la abogacía.
Admire muchísimo a Don Carlos, lo conocí gracias a las revistas Proceso que mi padre compraba, leía su columnas, divertido se me escapaban las risas con su sarcasmo, sus cambios de ritmo a base de metáforas, su capacidad para tejer figuras cruzando elementos coloquiales, históricos, políticos y cómicos, maestro del sinónimo. Lento en su forma de hablar, ametrallaba en pocas palabras grandes contenidos. Un día cualquiera al pasar los canales en televisión se encontraba uno con Monsi, me gustaba verlo. Siempre quise imitar un poco de su forma de aplicar la metáfora, el silogismo.
Por invitación de mi querido amigo, Enrique Rivera, colabore en la logística del 4° Festival Cerro de San Pedro, en el 2005. En aquella edición se tenía prevista la participación de Don Carlos. Ansiaba verlo de cerca.
El sábado 5 de marzo, Por la mañana la plaza de Cerro de San Pedro, ya estaba llena, expectantes todos del escritor. Hacia las 10 de la mañana llego, bajito, como decirlo… como en la tele, pero de cerca. Avanzada su edad, cansado su andar, caminaba con dificultad por el engañoso terreno. Presto me le acerque, se apoyo en mi. Primero dio entrevistas a los medios locales. Después su charla. Recordó que: “Una comunidad que aprende a razonar los motivos de sus desplazamientos y sus movilizaciones es una comunidad que ya está informándose así misma de un destino distinto al que se le ha asignado”.
Al termino, entre aplausos, se disponía a bajar la escalinata, lo ayude a bajar, la gente lo tocaba, le pedía fotos, autógrafos, lo saludaba, le agradecía. No podía bajar dos escalones sin dar una foto. No negó ni una. Mientras bajaba con él, alguien me dijo, voltea, lo hice y disparo un clic. Hoy guardo el instante impreso.
El cronista comió con los organizadores. Me invitaron a la mesa y compartí un Mole con pollo y arroz. Nadie lo sabía, pero Don Carlos, era vegetariano, empujaba a la orilla del plato el pollo, se hacía taquitos de arroz con mole. Contaba anécdotas y respondía preguntas. Todo lo contestaba con sarcasmo y humor. Con un tanto de torpeza, queriendo indagar como es que se dedicaba uno a escribir, pregunte; Don Carlos, como se llega a ser Carlos Monsiváis? respondió, Para mí fue fácil… desde que nací mi mama me puso así. Risas. Entendí que Don Carlos venia en humor juguetón.
En aquel entonces, a sus 67 años, agradeció y se retiro. Se veía cansado. Nunca más lo volvería a ver. Escuche la noticia de su partida y recordé con mucho cariño esto que hoy cuento. Por obsequio del director de la Facultad de Derecho leí su última obra Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja (RHM, 2009) para la edición conmemorativa del Día Nacional del Libro. Una de las genialidades en ese texto, inspiraron mi primera columna del año, referente a la tragedia en Haití.
Voy a extrañar, al único escritor que la gente reconoce en la calle. José Emilio Pacheco dixit.
Joel Hernández Vázquez.
Junio 20 de 2010.
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